En medio de esta vida que nos ocupa todas y cada una de las horas del reloj, y en la que a menudo vivimos a contracorriente de los ritmos naturales, a veces hay momentos en que esto se da la vuelta. Una palabra, la custodia, estos días ha circulado del mundo en Barcelona, de Barcelona ha vuelto al mundo y del mundo ha viajado a cada palmo de tierra, sin prisas pero con decisión. Así es como circuló la información durante el 1er Congreso Europeo de Custodia del Territorio que durante la primera semana de noviembre se celebró en la capital catalana.

El congreso, enmarcado en un proyecto Life de la Unión Europea y liderado por la Red de Custodia del Territorio, sirvió de punto de partida para sentar las bases de una gran red europea (y mundial tarde o temprano) por la custodia . Para hablar de este concepto, la custodia, inevitablemente debemos intercambiar experiencias con todo el mundo; a pesar de tratarse de un mecanismo de gestión y conservación de la tierra que hace unas décadas que se aplica, sigue siendo un concepto abierto y, en cierta medida, moldeable.

Cogiendo la raíz de la custodia del territorio, podemos entenderlo como un gran acuerdo entre propietarios y entidades dispuestas a fomentar una gestión que vele por la conservación de unos determinados valores ambientales y repercutiendo positivamente sobre el entorno natural y social. Pero el congreso ha ido mucho más allá, de hecho el mismo título del congreso ya nos lo decía todo «Land: Quality of life». ¿Qué querían transmitir con esta afirmación tan sencilla, pero a la vez intensa? Pues que la tierra nos proporciona calidad de vida y que sólo la podremos mantener si conservamos el territorio de una determinada manera y aplicando unas buenas prácticas que, sin duda, la custodia ofrece.

Esto debe suponer un esfuerzo por parte de todos, empezando por aquellos que tienen una visión de la propiedad como algo inalterable y rígido, en la que no puede intervenir ningún agente externo (ni público ni privado). Donde queda la función social, y ambiental, de la propiedad? ¿Por qué no podemos abrir la propiedad a entidades con reconocida experiencia en la gestión sostenible del territorio, en la revalorización de la tierra y en el mantenimiento de un servicios ambientales ecosistémicos que repercuten directamente en el bienestar humano? Por todas estas preguntas, el congreso no ofreció respuestas, sino casos reales y de éxito en Cataluña y en todo el mundo. La custodia ha llegado para quedarse.

Si afirmaba que el congreso fue más allá de los conceptos básicos, también lo digo porque se pudieron escuchar excelentes ponencias que planteaban aspectos como la custodia marina y la custodia fluvial. Sí, puede parecer extraño que en espacios regulados por un dominio público pueda haber injerencia de entidades de custodia (privadas), pero los hechos lo demuestran con casos en las costas del Maresme y el Empordà, en la cuenca del Duero, a determinadas partes del Ebro, entre otros. Allí donde la administración pública no llega, por falta de recursos, voluntad o negligencia, puede haber una entidad de custodia capaz de tejer una gestión responsable del territorio en beneficio de todos, nunca por un beneficio particular y mucho menos el lucro.

La innovación en el planteamiento de las bases de la custodia también llegó cuando algunas ponencias abordaron la necesidad de ayudar a los proyectos de custodia con beneficios fiscales que incentiven las externalidades positivas que una determinada gestión puede hacer del territorio. Ejemplos como los pagos por servicios ambientales, que hace años que funcionan en países de América Latina y en algunos europeos, nos ponen sobre la mesa que hay que replicar a la inversa el concepto de quien contamina paga, por quien conserva cobra. Pero aquí tenemos que poner todas las precauciones posibles y cogerlo con tantas pinzas como sea necesario para estructurar bien y que las apuestas no aparezcan también en la conservación ambiental. El congreso destacó que todo pago por servicios ambientales, vinculado a la custodia, debe tener buenos fundamentos legales, debe estar liderado por entidades reconocidas ambientalmente, con proyectos sólidos y de calidad, con garantías financieras y como mecanismo de compensación por los impactos generados por terceros en el medio. En resumen, quien contamina paga, pero que le pague a quien conserva. Círculo cerrado.

El carro de la custodia es muy grande, está tirado por caballos muy fuertes y parece que todo el mundo está dispuesto a subir. En el congreso pudimos ver cómo sectores económicos que claramente han impactado gravemente sobre el medio ambiente durante muchos años, ahora se muestran en la sociedad como las primeras en restaurar sus impactos a través de la custodia del territorio. Hablo, por ejemplo, de las canteras. En Collserola habido un caso de éxito de restauración de una actividad extractiva a través de un acuerdo con una entidad de custodia. Pero dentro de extrapolarlo a todo el sector hay una ligera diferencia. Surrealista me parecería que canteras como las que han devastado buena parte del territorio de Riudecols, Colldejou, Vilanova d’Escornalbou, Alcover, Albiol y tantos otros municipios del Campo, ahora giren la vista y se hagan los santos salvadores y mártires del medio ambiente. En la aceleración de la custodia hay prudencia y sobre todo no hacer recaer el coste y la responsabilidad de la conservación a las entidades.

Y acabaré con uno de los titulares del congreso que probablemente resume el diez primeros años de la custodia en Cataluña: «Hay que entender la custodia como una herramienta, no como un fin».